A LOS HOMBRES QUE ENTREABRIERON LA LUZ DE LA RESISTENCIA.




POR: FERNANDO VARGAS VALENCIA




“Luchamos por fijar nuestro anhelo,
Como si hubiera alguien, más fuerte que nosotros,
Que tuviera en memoria nuestro olvido”.
LUIS CERNUDA. Himno a la Tristeza.

“Al poeta no le es dado pensar fuera del tiempo porque piensa su propia vida, que no es, fuera del tiempo, absolutamente nada”.
ANTONIO MACHADO. Soledades.

“Llevaba en sus manos, no para vencer, sino para morir en la horca, dos armas, el amor y la libertad: dos puñales que se clavaban constantemente en su propio corazón”.
FEDERICO GARCÍA LORCA. Mariana Pinedo.



Pan y cebolla resumían las contracciones de las entrañas hechas de luz. Pero la época, estúpida y cerrada, tartamuda y absurda, sellaba sus pactos con la muerte: la oscuridad llamada fascismo, llamada falangismo, llamada Franco, llamada imbecilidad hasta el límite del hambre, llamada ignorancia, miseria, barbarie, ejes y ruedas clavadas en el vientre de las madres, trozos de alambre y vidrio atravesando los sexos de los adolescentes rojos y blancos, esos adolescentes que en cualquier época sólo saben de esa liberación llamada cuerpo, llamada amor, llamada teta, llamada luna, y que en esta, en esta macabra secuencia de risas y escupitajos, sólo sabían de la soledad y de la ausencia. Era así: España, la señora regordeta que tanto jugueteaba a la razón y a la opulencia; esa señora de oro viejo, de oro hurtado en la esquizofrénica secuencia del siglo de las luces, ahora tan sola, tan poco victoriosa, tan desamparada de sus Quevedos, Góngoras, Garcilazos y tantos otros duendes, tan boca ensangrentada, tan puñetazo de sargento, tan fusiles alzados del hombre contra el hombre, tan pájaro muerto en la acera, tan pájaro que asusta a los gatos, tan silencio marcial de militares chancrosos hablando del pecado y las buenas costumbres, mientras se erectan ante una imagen de la Virgen Milagrosa.

Bajo el yugo de la oscuridad, tan de ojos cerrados y ciegos, había videntes, había la poesía, frontera de los besos y del mañana, porvenir de la patria hecha y desecha en dictaduras de dientes y armas, allí el bueno de Miguel queriendo tener a su hijo-caballo en sus brazos-galope, allí Miguel y su tuberculosis que es una luna en el pecho, esa sonrisa de pájaro averiado por los golpes del sargento, allí Miguel, ángel regordete que llora ante la inutilidad de tener ojos en medio de tanta niebla, el bueno de Hernández alzando vuelos con su pluma rota que hizo del estiércol tinta y de las paredes de la prisión militar, un libro de exageradas maravillas. Allí la mujer morena que tuvo que abandonar porque así quisieron los militares: “si, señor Hernández, comunista de mierda, rojo hijo deputa, venga díganos en la cara esas cosas raras que escribe en sus poemas, será que no nos hemos dado cuenta: usted usa palabras prohibidas, como libertad, como amor, como futuro”, sinécdoque del tirano y sus esbirros, y allí la cárcel, Miguel, allí el gitano odiando su estoicismo: para qué cristo, señora, si no hemos sido redimidos, si el señor Franco quiere jugar con nuestras cabezas, señor de la miseria, tiniebla derrotada por la luz de los poemas.

La luz, la verdadera imagen del provenir en los versos de Miguel. Palabras que sólo cerraban el pacto de los verdaderos héroes, de aquellos que fueron los más bellos, “los que vencieron con su gran derrota”, como escribiría Juan Gelmann. Y un hombre que no dudó ni un segundo en buscar la vida en ese continente sedoso y dulce que es la América toda, allí Rafael Alberti buscando su puerto en el sur, buscando la luz en nuestras tierras, que sin rencor, antes bien con la madurez americana de la que hablan nuestros duendes bondadosos, protegió al poeta de la serpiente venenosa. Allí Martí, allí Rubén Darío, amantes amados por los poetas liberados en su prisión hecha de ruedas y tornillos. Allí Nicolás Guillén diciéndole a Federico, a Luis y a Rafael: ¡vengan hermanos, venga la poesía que ella será la victoriosa, a pesar de tanta sangre, de tanta luz disipada! Allí Pablo Neruda gritando desde su Isla que nuestros hombres prometidos jamás morirán, aunque la Gran ramera fascista se crea victoriosa contando sus muertos de carne, en estos versos dedicados a Miguel Hernández:

“No estoy solo desde que has muerto.
Estoy con los que te buscan.
Estoy con los que un día llegaran a vengarte.
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos
que se despenaran sobre el pecho de España
aplastando a Caín para que nos devuelva
los rostros enterrados.
Que sepan los que te mataron
que pagaran con sangre.
Que sepan los que te dieron tormento
que me verán un día.
Que sepan los malditos
que hoy incluyen tu nombre
en sus libros, los Damasos,
los Gerardos, los hijos de perra,
silenciosos cómplices del verdugo,
que no será borrado tu martirio, y tu muerte

caerá sobre toda su luna de cobardes”.


La luz de Rafael que se hace viejo con el dolor de patria hartándole las venas de los brazos; la de Luis Cernuda hablándole al oído a la Torre de Babel en la desolación de las quimeras. Allí la búsqueda que se traduce en poetas que quieren borrar esa mácula de sangre llamada Guerra Civil Española, llamada Colonia, llamada Campo de Concentración, llamada Capitalismo. Allí Rafael convertido en Camilo Cienfuegos; aquí Federico de carne y hueso fusilado pero renacido en los ojos de Ernesto Guevara. Aquí la hermandad de la patria magna, dándole de beber agua de sus ríos a los poetas de España, rotos hasta el límite del parto. Maíz y cebollas, escarcha y Dios haciéndose el ciego, ese Dios enfermo que le permitió escribir a César Vallejo, estas palabras de aliento supramundano a los prisioneros del torturador:

“¡Constructores
agrícolas, civiles y guerreros,
de la activa, hormigueante eternidad: estaba escrito
que vosotros haríais la luz, entornando
con la muerte vuestros ojos;
que, a la caída cruel de vuestras bocas,
vendrá en siete bandejas la abundancia, todo
en el mundo será de oro súbito
y el oro,
fabulosos mendigos de vuestra propia secreción de sangre,
y el oro mismo será entonces de oro!

¡Se amarán todos los hombres
y comerán tomados de la puntas de vuestros pañuelos tristes
y beberán en nombre
de vuestras gargantas infaustas!
Descansarán andando al pie de esta carrera,
sollozarán pensando en vuestras órbitas, venturosas
serán y al son
de vuestro atroz retorno, florecido, innato,
ajustarán mañana su quehaceres, sus figuras soñadas y cantadas!””.

Allí el cáliz del fascismo, partido de los tarados y los idiotas, partido de los inservibles, de los macabros, de los puros que son pura mierda, allí Federico y su camisa roja de amor y de silencio. Allí la lucidez alucinada y bella de los cantores de la república sin fronteras, esa lucidez que la tortura y la barbarie no pudieron disipar, que la memoria trazó en surcos de tiempo, lucidez emancipadora del espíritu del hombre que fue imagen, era y grito. Allí ese duende hermoso llamado Federico, vagando por la Huerta de San Vicente con un rumbo fijo: el futuro. Esa palabra tan peligrosa, ese terrible delito de llamarse Federico, allí el pelotón de fusilamiento, “usted es un peligro para la patria, usted y sus versos que no entendemos, lo que nos hace sospechar de ellos”, dice el sargento, pensando “este García Lorca, cuyo verso me permitió enamorar a una muchacha en otro tiempo, venirse a volver rojo”, etc.

Federico, secuencia de los que construyen la historia desde “la mano cerrada del caído”, desde “las pupilas fijas de los enterrados”, de los que son la verdad, oculta y machucada, de la luz que se ignora, luz sin noticia pero viva, resplandeciente en la poesía liberada, en el compromiso vital de la poesía. Esa Luz fustigada de quienes la ganaron en su condición de feroces, condenados y despreciados, los que lucharon por ella, combatieron con sus manos de labranza y arado, de canto, guitarra y verso, de gritos de parto cuya sangre purifica esta tierra maldecida que es toda la tierra, que es España y Angola, que es Irlanda del Norte y Cuba, que es Colombia y Perú, todas tierras maldecidas e invadidas por dioses corruptos. Federico, poeta que narra sus victorias desde las entrañas del monstruo. Federico hermoso y gigante, amigo de las alondras y de los panderos, tú has elevado tu nombre poético y le has dado nuevas formas. Federico: tú llevabas un lirio y tenías fiebre en tus ojos, y como murmuró a tiempo Guillén: “el lirio se tornó sangre, la sangre tornóse muerte”. Federico: tu sangre, heredera de la de don Antonio, resume nuestro sacrificio hacia la victoria. Don Antonio, maestro tuyo que veía en los ojos de su niña rubia, el silencio de la patria golpeada y vituperada, ese Antonio silencioso que sabe que caíste muerto, pero al fin vivo, como el Cristo de los Gitanos, como lo diría, desde otro tiempo y bajo otro credo, el bueno de Vinicius de Moraes en los siguientes versos:

“Era él, era Federico
mi poeta muy amado
a un muro de piedra seca
como un fantasma pegado
Lo llamé: ¡García Lorca!
Pero ya no oía nada
Horror de muerte precoz
Sobre la cara estampada…
Verme sí, él me veía
Porque en sus ojos había
Una luz disimulada”.

Somos los quijotes que soñaron la posibilidad de ser mejores porque “una eterna criatura está naciendo de la esperanza de un mundo en libertad”, en palabras de Vinicius. Esa criatura nueva hizo grande vuestro sacrificio, vuestra ofrenda. Eso nos hace invencibles, a pesar de que el general dé sus partes coyunturales de falsa victoria. Federico, Luis, Rafael, Miguel: elegidos, los que no caben en la muerte, porque la muerte es un ser inventado por los pobres de espíritu, por el cura y el teniente, que beben la sangre de cristo con sed de sangre del pueblo. Federico y Miguel: pájaros inmolados y perfectos, alas multicolores que respaldan nuestro desgarro. En vuestro nombre, yo grito las palabras de uno de vosotros, Rafael Alberti, a los idiotas cuya voluntad sigue reinando:

“Monstruos, retroceded,
cuchillas, herramientas
para la destrucción,
máquinas infernales,
atrás, atrás, hundíos
en los tristes cerebros que os parieron”

En vuestro nombre, Nicolás Guillén os invocaba, como seres del provenir, como emisarios de la flor del nuevo día, abierta por las manos del humilde:

“Yo os grito con grito de hombre libre que os acompañaré, camaradas;
que iré marcando el paso con vosotros,
simple y alegre,
puro, tranquilo y fuerte,
con mi cabeza crespa y mi pecho moreno,
para cambiar unidos las cintas trepidantes de vuestras ametralladoras,
y para arrastrarme, con el aliento suspendido,
allí, junto a vosotros,
allí, donde ahora estáis, donde estaremos,
fabricando bajo un cielo ardoroso agujereado por la metralla,
otra vida sencilla y ancha,
limpia, sencilla y ancha,
alta, limpia, sencilla y ancha,
sonora de nuestra voz inevitable!”

Hay una isla hecha de leprosos y cadáveres. A lo lejos un faro: la poesía, que es arma, que es compromiso con el hombre, que es hambre, búsqueda, exigencia, grito de libertad, de esa fatalidad de ese único signo del hombre que es la libertad. Porque sin ella no seríamos ni más felices ni mejores: solamente no seríamos hombres. La muerte es un fallo en la memoria: es el disparo final hacía la dignidad. Hay dignidad en vuestras memorias, hombres de corazón humilde y puño impostergable. Vuestros cuerpos son armarios que dejan salir la victoria del buen morir que es preferible “a vivir en el engaño”, porque “nada importa morirse al cabo, pues morir no es tan gran suceso; muchísimo peor que eso es estar vivo y ser esclavo”, en palabras de Nicolás Guillén.

Para ti Federico, son estas palabras. Para ti Miguel, para ti Rafael, para ti Luis Cernuda, exiliado y errabundo por el orbe, buscando tu casa andaluza en la nostalgia de la Grecia contemplativa, de la fugacidad de la Belleza. La América está silenciosa ante la incertidumbre de Calderón, de Cervantes, de Goya. La América se avergüenza de no haber seguido tu ejemplo de dignidad y de haberse llamado Videla, Somoza, Pinochet, Uribe. Pero la fuerza trashumante de tus héroes, de los poetas que apuntaron su ploma hacía el porvenir, también nos ha permitido llamarnos Fidel, Salvador, Hugo, Evo. ¡La victoria es la de la luz, hermanos de la vida, la victoria es la sonrisa de los niños amamantados por las nanas de las cebollas, son esos niños que en su dignidad no se asustaron ante los lápices sin punta y buscaron a la madre España caída… la victoria es el hombre que le recita a la luna sus versos gitanos, es el grito de sabiduría en la boca del Chamán, es la poesía escrita desde las entrañas mismas del hombre, donde toda oscuridad es promesa de luz, donde la poesía es universo posible y donde por fin podamos estar vivos!


Vuestras muertes muchas vidas han traído. Donde se oculta el criminal, vuestros nombres brindan al hombre muchos nombres. Nuestro fuego no se extingue en vuestras palabras, escritas por alas incendiadas .Cantad, hermanos vivos y trascendentes. Que el tirano está amanerad por sus propias manos. ¡¡¡¡Cantad poetas, porque la memoria es también un parte de Victoria!!!!

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