DESHILVANANDO LA LIBERTAD: HOMENAJE A TRES POETAS NORTEAMERICANOS









POR: MARTHA CAROLINA DÁVILA






“Yo soy el que camina por la noche que empieza y que se agranda,
y grito al mar y a la tierra perdidos en la noche como yo.
Noche, apriétame contra tu pecho desnudo,
noche nutricia y magnética.
Noche de vientos australes,
noche de grandes astros solitarios,
noche callada que me guiñas,
noche loca y desnuda que me buscas…”

Walt Whitman








Se me ocurre que es más sencillo hablar de libertad cuando se está lejos de la ciudad, se me ocurre que naturaleza, hierba, sexo son sus sinónimos. Se me ocurre que en medio de la sombra que da un álamo es posible ser en el otro, con el otro, encontrar, por fin, ese sitio del que fuimos expulsados y que es ahora apenas el rastro de un pasado que se dibuja en las madrugadas. Desde acá, rodeada de gigantes de cemento que me roban el aire, de citas, de encuentros preparados, de la presión del reloj, porque no saben cuanto cuesta una hora perdida…desde acá donde todo parece prefabricado, plástico, falso y egoísta, escuchar a Whitman es atender a un susurro que se pierde en el tráfico. Es atender a esa voz que parece hablar desde dentro, el vientre, las entrañas. Es recordar que hay altares olvidados, que somos ese altar olvidado. Whitman nos aumenta unos centímetros, nos hace caminar por encima del suelo, nos devuelve la confianza y el valor. La alegría que enterramos un día de la infancia mientras jugábamos a los piratas.

Debo decir que me gusta la persona que soy cuando leo a Whitman, que me gusta creer que se puede ser tan feliz, tan libre. Tan feliz y tan libre al mismo tiempo. La poesía es ese bosque escondido entre calles sucias, entre colillas extinguiéndose en las aceras, la poesía permite olvidarse de la inutilidad de vivir, de la fatalidad de haber nacido sin respuestas y con el tiempo contado.







Tu también me haces preguntas y yo te escucho
y te digo que no tengo respuesta,
que la respuesta has de encontrarla tu solo.
Siéntate un momento, hijo mío.
Aquí tienes pan, come,
y leche, bebe.

Pero después que hayas dormido y renovado tus vestidos, te
besaré, te diré adiós y te abriré la puerta para que salgas de
nuevo .

Walt Whitman
Canto a mi mismo






¿Cuánto tiempo puede durar esa ilusión de plenitud, de ser uno con la naturaleza, de ser totalmente comprendido e irreductiblemente feliz? ¿Por cuánto tiempo podemos olvidarnos de la precariedad, de la soledad que se esconde tras cada sombra? Si la soledad tiene algún atributo, yo me atrevo a afirmar que es la paciencia, se abre la puerta para que el hijo salga de nuevo y ahí está la soledad, termina el bullicio de los pájaros/ el sordo rumor de la espiga que se levanta,/ el cuchicheo de las llamas,/ el chasquido de los leños que cuecen comida; y ahí, junto con el silencio está la soledad. Y con la soledad hay más preguntas, ¿Por qué me quedo acá, al lado de las cenizas, del fuego consumado? Y se escucha a T.S. Eliot murmurando:





Porque estas alas ya no son alas para volarsino simples aspas para batir el aireel aire que ahora está completamente tenue y secomás tenue y más seco que la voluntad

T.S. Eliot






Pero claro, está la libertad, la libertad de detener al hijo recién alimentado , de no abrir la puerta, pero también la libertad de abrirla y enfrentar las despedidas que nos hacen viejos, la libertad de creer que después del sufrimiento que merodea por los rincones, de la inutilidad de la violencia o la timidez, de los años pasados convertidos en nostalgias y fotografías amarillas, de la pálida neblina, nada importaría en el tiempo/ seguramente volveríamos a estar donde ahora, /seguiríamos caminando a donde vamos/ y después… más allá y más allá. Tras la partida queda la promesa del reencuentro, tal vez el tiempo juegue con nuestra inocencia y el espacio se empeñe en anteponer fronteras, ríos y cordilleras, pero ahí estará, venciendo el tiempo y el especio y sus juegos macabros, otro verso que alimentará nuestra esperanza.





Apenas sabrás quién soy
ni qué significo.
Soy la salud de tu cuerpo
y me filtro en tu sangre y la restauro.

Si no me encuentras en seguida,
no te desanimes;
si no estoy en aquel sitio,
búscame en otro.
Te espero…,
En algún sitio estoy esperándote.

Walt Whitman
Canto a mi mismo






Ese sitio pueden ser tantos o puede ser ninguno, después de todo, al final, está la última libertad, la última decisión, al final, nos espera la posibilidad de abandonarlo todo, de dejar de preguntarnos por qué es tan difícil, tan triste y tan larga la espera, la posibilidad de preparar el desayuno y dejarlo al lado de las personas que amamos, de escuchar su respiración tranquila mientras nos extinguimos en medio del gas, las pastillas o el vacío, mientras nos vamos con las palabras atoradas en la garganta, con el adiós vestido de silencio, con la frente pintada de derrota. Tal vez Silvia Plath se cansó de tanta libertad, tal vez habría sido más sencillo que alguien le impusiera sus deberes, su pobreza, su maternidad, su vida. Tal vez habría preferido que alguien le dijera “no nombres al Coloso”, “no escuches a esas tres mujeres que te piden salir”, “olvídate de La Canción de Mary y del Cazador de Conejos”. Pero ese alguien no existe, existe la libertad que para algunos es una condena.




La mujer alcanzó la perfección.



Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de realización,



la apariencia de una necesidad griega



fluye por los pergaminos de su toga,



sus pies desnudos parecen decir,



hasta aquí hemos llegado, se acabó.



Los niños muertos,



ovillados, blancas serpientes,



uno a cada pequeña jarra de leche ahora vacía.
Ella los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo;



así los pétalos de una rosa cerrada,



cuando el jardín se envara



y los olores sangran de las dulces gargantas profundas de la flor de la noche.



La luna no tiene por qué entristecerse,



mirando con fijeza desde su capucha de hueso.



Está acostumbrada a este tipo de cosas.



Sus negros crepitan y se arrastran.

SILVIA PLATH
ÚLTIMO POEMA.

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