DE PATRIAS ROTAS Y CIELOS DE ARMIÑO, TAPIZADOS DE VOCES QUE A SU COLOMBIA CANTAN





POR: FERNANDO CELY HERRÁN




Hoy debo referirme a dos poetas que son sin duda, patrimonio de lo más prolífico de la poesía colombiana. Se trata de Eduardo Carranza y de León de Greiff. Me emociona contarles que a los dos bardos, en momentos distintos de mi ya lejana adolescencia, estreché sus manos y por unos segundos pude mirar a través de las profundas ventanas de sus ojos esa extraña pero impactante inmensidad…

En las dos oportunidades, se trató de muy breves instantes, pero que marcaron mi vida de manera significativa, al motivarme por conocer sobre sus obras.



EDUARDO CARRANZA.





En primera instancia, aparece don Eduardo Carranza ante mi ingenuidad, con un librito de esos que publicó Colcultura en su colección popular, con el número 112, con esos cabalísticos dígitos con sabor a emergencia, o a policía, o a un aparente salvamento.

En un bello poema que dedica a Gaitán Durán, llamado “El Olvidado”, me atrapa ese Carranza de las finas metáforas y me incita a recorrerlo. Luego intuyo que tanto rezago romántico no le deja olvidar esa tierra de sol que encegueció sus ojos tantas veces bajo el influjo del amor, o si no, escuchemos el poema “Arieta” en donde paisaje y amor se hermanan en amalgama, alquímica y genial:

En el país del arpa cruza un río
gimiendo amor

La lluvia viene del país del arpa
temblando de amor

La luna asoma por detrás del arpa,
la luna, ay, amor

La soledad, con sus cabellos sola
oye una canción

Tú estás dormida en el país del arpa
sonriendo al amor

Y el que en tu pecho late, tras el arpa
es mi corazón

Pasan las nubes del país del arpa
sobre nuestro amor

El viento trae del país del arpa,
amor, una flor

Sobre el hombro del arpa hay una rosa
de amor.

En “Los pasos cantados” descubrimos la introspección del hombre enajenado con el suave perfume del universo de los versos espontáneos y libres, dentro de una musicalidad que es como un baile rítmico y cadencioso que a pesar de la vida, clama esperas:

… Hemos amado a nuestra patria tanto
Como lengua mortal decir no pudo.
Y podemos mirar serenamente
y de frente los ojos de Colombia
llenos de aviones, ríos y batallas,
de campanarios, sueños y canciones,
de siglos, de doncellas, de navíos,
y a menudo también llenos de lágrimas.
La patria es nuestra hija cada día
y distraídamente acariciamos
su cabello y dejamos por sus sienes
una rosa y besamos su mirada.
Nuestra patria descalza con los pies
hundidos en los ríos amazónicos.
La patria es un deseo de llorar
y a veces un deseo de cantar.

Este juglar que desborda el amor de poro a poro, tiene también el tiempo para sentarse a escribirle a su patria en un Veinte de Julio, con la desazón del ciudadano inerme que ve correr los ríos de sangre y que para olvidarlo, estampa su firma de niño, niño que es él y su hijo al que le enseña a contemplar la bandera, desde los ojos de su patriota corazón.

Carranza canta con fuerza vital para lo largo y ancho de esa geografía que recorrió, siempre esperado y admirado. Su emoción quedó plasmada en versos que se bañan en el mar “de nácar y cristal” en Cartagena de Indias, en el entrañable Ibagué al que le reconoce: “Todo el sol está en tu casa”, en amoroso homenaje al otrora orgulloso Tolima Grande, en los Corocoras de su Llano Inmortal recorrido a lomo de nobles corceles, observando “el sol de los venados” entregándose a la tierra, mientras la luna va escalando en contraste, la dimensión de la tristeza.

Carranza es el gran hombre que ofrendado en el amor, es capaz de despedirse de las muchachas y de la primavera de la vida, en ese acto de inmolación al que conduce una existencia de plenitudes y nostalgias refundidas entre versos.


LEÓN DE GREIFF



Respecto a León de Greiff suelo contar cómo en el año de 1975 con un grupo de amigos formamos un Centro de Estudios en homenaje a su nombre y obra. Cursábamos quinto de Bachillerato y su poesía había incursionado en nuestras vidas.

Logramos hacer contacto con el maestro quien nos recibió en la vieja casona que habitaba en el hoy deprimido barrio Santafé. Se trataba de una casa bastante grande de aspecto colonial, con dos plantas: la primera, que habitaba el poeta y la segunda que le servía de ingreso pues permanecía arrendada. Ya por aquella época este tradicional barrio capitalino mostraba su gran deterioro pues sus aristocráticos habitantes vendían sus propiedades para trasladarse a sitios que ofrecían nuevos horizontes de la ciudad en progreso.

Encontramos en aquella memorable visita a un viejo amable que se refundía entre libros, botellas vacías de aguardiente y una pulcritud admirable en medio de un desorden mágico. Hablamos de sus influencias literarias, su profundo gusto por la música y de sus incontables anécdotas vividas al lado de sus inolvidables amigos. De ahí en adelante me apasioné por la lectura de sus textos y he tratado de comprender aquellos en que su genialidad le conminó a buscar los más extraños, o a inventarlos, para poder expresar ese intimismo de su ser multifacético y onírico. Casi un año después, en 1976, moría el poeta sin que aún se dimensione su obra de nabera concluyente y sin que los esfuerzos de algunos de sus más fieles seguidores, hayan podido rescatar para la trascendencia, su casa, hoyu convertida en garaje de prostíbulo.

Con la edición de sus Obras Completas, Alberto Aguirre reivindica a León de Greiff que es un poeta mal conocido. Porque una buena parte del público letrado tiene de él una impresión desfigurada. Se le considera poeta de vanguardia, poeta hermético, escritor ininteligible. Y nada más falso.

Desgraciadamente, la crítica colombiana todavía no nos ha dado el estudio fundamental y acertado sobre su obra. Sólo conozco un magnífico ensayo de Sanín Cano al comentar la publicación de Variaciones alrededor de Nada y otro de Hernando Téllez. Los dos ensayistas conocedores profundos de su obra, no lo ubican en el contexto de lo que hace cuarenta años se viene llamando “vanguardismo”. Ni el hermetismo ni la depuración de la poesía pura, pues se trata de un poeta desaforadamente sentimental. Ni la oscuridad onírica de los suprarrealistas, ya que la razón no deja de estar presente en su creación poética. Ni el atrevimiento y dislocación metafóricos del ultraísmo o el creacionismo: sus metáforas e imágenes son bellísimas pero no se partan fundamentalmente de la tradición inmediata.

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