ACUARELA DU BRAZIL





POR: DIEGO ARTURO GRUESO




A FELICIDADE.



Estas palabras quizás se hayan empezado a escribir hace mucho: tal vez cuando acordamos con el Grupo Literario Escafandra el itinerario que habrían de seguir nuestras tertulias. O tal vez empezaron a escribirse desde la primera vez que oí Chega de Saudade. Lo cierto, en todo caso, es que ningún texto comienza a escribirse desde la primera palabra. No, siempre se empieza antes. Y no estoy refiriéndome a que se empiece desde la imaginación para luego plasmar lo imaginado, eso es muy obvio, o por lo menos parece serlo (¿Será que uno puede plasmar lo imaginado?). Hablo de lo que tal vez podría llamarse “vocación”, de ese llamado que no se puede rehusar: de esa fuerza que lo arroja a uno a estas letras, a estos escenarios y a estos encuentros, que hoy me exige hablar de Brasil: de ese gran pedazo de alegría.

Eso, empecemos por la alegría: empecemos pues, por la felicidad. Pero no la felicidad de ese obtuso discurso del éxito que estalla todos los días desde las vitrinas y los anuncios publicitarios. Sabemos nosotros que esa felicidad fingida, la falsa sonrisa de la “actitud positiva”, es sólo la máscara que los mercachifles se ponen para vendernos todo, cualquier cosa. Tampoco vamos a hablar aquí de la felicidad que proclaman los epicureistas: esa ruta del placer que después de todos estos siglos de desengaños ya se hace inextricable. Vamos a hablar de nuestra felicidad, de esa risa socarrona que en medio de la tragedia esboza quien ya ha perdido todo, para robarle a la desgracia lo que aun le queda de gracioso. La felicidad del negro encadenado que baila al ritmo de las palmas y los coros, mientras atrás el ladrar de los perros les recuerda que el amo anda vigilante.

Hay siempre en el año un momento de felicidad: ¡El Carnaval!, que mientras dura no le quita su imperio a la tristeza, no la desaloja de sus aposentos, sino que irrumpe de repente para adornar la sala y pedirle el llanto que demore su cauce y que las risas, las máscaras y los disfraces decoren nuestra triste condición y nos den alivio. De eso habla A Felicidade, canción compuesta por Vinicius de Moraes, en su voz y la de Toquinho.

(A Felicidade)

EL INTELECTUAL Y LA CULTURA POPULAR.

- ¡No, no, no! No sirvan todavía. Déjeme a Bach.
- Y no me dejen entrar por la ventana esa gritería. ¡Mande callar a los esclavos!
- ¡Pero qué es lo que están haciendo? ¿por qué tanta algarabía?
- Cierra ya la puerta, ciérrala, quedémonos adentro. Haya sólo está esa gentuza, aquí está todo: Bach y la nueva revista The Economist.

Desde afuera…
- ¿Por qué el miedo, señorita? ¿Si yo sólo soy el esclavo?
Si a alguien le temen por aquí es a su padre que es el amo.
¿Por qué no sale?
Lo último que haría un esclavo es hacerle daño.
No ve que usted es la hija del dueño.
Salga que afuera sólo hay fiesta
Se está escaseando la cachaza
Y ya va a hablar mi abuelo,
Y él sabe muchas historias.
Son historias lindas también
Y el baile es bueno.
No son como esos bailes de salón
Así no son los nuestros.

Ya sé por qué decía aquel misterioso inquilino al niño en MI Infancia (De Máximo Gorki): “Escribe todo cuanto te diga la abuela, eso nos va a hacer mucha falta”. Cómo no nos iban a hacer falta esas historias, si son el tejido mismo de nuestra realidad. El intelectual no puede darle la espalda a la cultura popular, ni mucho menos puede acercarse a ella con la actitud paternalista de pensar que su abrazo la redimirá para sacarla de su ostracismo. El intelectual deberá seguir el ejemplo de Vinicius, quien se acercó, con la mirada amorosa de un hijo a su buen padre, a las expresiones más vernáculas y dedicó gran parte de su trabajo a investigar en torno de la Samba. Hasta el punto de decir alguna vez que los mejores poetas del Brasil no eran él ni Manuel Bandeira, sino Carthola y Cachaza. Uno escucha con atención estas canciones y se da cuenta de por qué lo decía: no por fingida humildad, sino por sincera admiración.



SAUDADE.

Es un sueño. Me encuentro de repente caminando por las calles de la que luego me entero, es Madrid. Me va llevando Sara y me pregunta por mi hermano. Hace unos tres años que no la veo y verla en el que al siguiente instante me percaté que era un sueño, produjo en mí un colapso de dos emociones: una alegría acogedora y la tristeza de la ausencia bajando por la garganta. Y las dos emociones se me encontraban en un momento del respirar, tal vez en la exhalación. Esa sensación en español no tiene nombre pero en portugués sí. Se llama: saudade. Lo sé no tanto por haberla leído innumerables veces en la poesía de Pessoa, sino sobre todo por esta canción escrita por Vinicius y la cual, dicen, inauguró el movimiento de la Bossa Nova.

(Chega de Saudade)



DESAFINADO.

Tal vez ustedes opinen que he desafinado, que estas palabras fallaron. Pero les digo que no quise describir porque ya no me interesa lo descriptivo. Lo que me interesa ahora es crear atmósferas y vagar por ellas sin rumbo y errante. Andar desafinado, pero así tocar dulce música, y que esa música vague conmigo en esa atmósfera que hemos creado los dos, o todos, porque están invitados los amigos de Vinicius. Está aquí Tom Jobim, que imita pájaros y está enamorado de los Sabiá porque ninguno canta lo mismo y están ustedes que, por supuesto, me han perdonado ya esta irrupción tan desatinada en las palabras y quizá tan atinada en la música. Pero qué digo… que lo diga Jobim mientras yo le pregunto: ¿Porqué le pusiste a esta canción Desafinado?

(Desafinado)

LA COPA DEL MUNDO.

Si llegamos hasta aquí y ustedes no han replicado (espero que no lo hayan hecho). Por qué no escuchamos ese homenaje a lo que más alegraba a Vinicius y a cualquier brasilero. Escuchemos esto que, por supuesto, escribió Vinicius e imaginemos a Ronaldinho jugando, a ese gran artista sobre el balón y de paso, volvamos a la alegría, para dejarlos en buen puerto.

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