

POR: MARTHA CAROLINA DÁVILA
El poeta es un hombre como todos
Un albañil que construye su muro: Un constructor de puertas y ventanas
Nicanor Parra
(Manifiesto)
Se alzó al sur del continente una voz que inventó a Latinoamérica, que trajo desde los terrenos del olvido la sencillez y la belleza de una tierra que cuenta la tristeza de quienes la han habitado y deshabitado. Desde un pueblito (Temuco) un pequeño, a escondidas de su padre, seguía los lamentos que venían del bosque, la historia de las noches muertas, de los indígenas marcados por la nostalgia de un paraíso arrebatado. Hablaron por ese niño las montañas, los valles, los ríos, el campo y el hombre que lo trabaja. Todos habían olvidado las tinieblas bautismales del Orinoco y los grandes troncos muertos que pueblan de perfume al Amazonas. Todos habían olvidado tanta sangre inundando los caminos, tantas lágrimas alimentando los ríos. En cada rincón del continente alguien lloraba, una madre quería amamantar a sus hijos, un indio caminaba buscando un lugar para descansar sus pies, un enfermo rogaba por una cama donde pudiese morir. Estaba el pueblo latinoamericano sufriendo y en medio del silencio sufría en soledad. Pablo trajo hasta nosotros la tristeza que dormía en nuestras selvas, Pablo encontró nuestras raíces, habíamos perdido nuestros antepasados, nuestra memoria se debatía entre la inutilidad y la mentira y Pablo gritó “América”.
Si el poema puede crear, si es dador de vida e inventor de realidades, Pablo Neruda creó nuestro continente, nos devolvió la fe en el pasado, nos invitó a llorar a nuestros muertos. Nos dijo que no eran nuestras lágrimas las únicas que brotaban ante tanta soledad, ante tanta miseria y pequeños difuntos, si la poesía tiene alguna función, si realmente es transformadora, la poesía de Neruda transformó un pueblo que estaba sólo, perdido y sin historia en una familia. Construyó un mundo en el que el amanecer es un regalo que se alza con la promesa de tierras para trabajar, de tardes bañadas de perfumes frutales, de música al calor del fuego, un mundo en el que hombre se hermana con el hombre, en el que el hombre se hermana con la naturaleza…
Pero háblame, Bío Bío,
son tus palabras en mi boca
las que resbalan, tu me diste
el lenguaje, el canto nocturno
mezclado con lluvia y follaje.
Tu, sin que nadie mirara a un niño
me contaste el amanecer
de la tierra, la poderosa
Paz de tu reino, el hacha enterrada
Con un ramo de flechas muertas
lo que las hijas del canelo
en mil años te relataron
Y luego te vi entregarte al mar
Dividido en bocas y senos
ancho y florido murmurando
Una historia color de sangre.
Pablo Neruda
Canto General
Nuestra historia es escarlata, nuestras muertes a destiempo inundan las venas de América. Asomarnos a la ventana incorpora el riesgo de ver cadáveres apilados, hombres con las manos ajadas de trabajar de amanecer a ocaso sin tiempo de preguntarse en qué momento el río dejó de ser su río, y la casa su casa. Un hombre despierta, hay una aurora que le trae la conciencia de su condición, que le recuerda las largas noches en las que le hablaban las estrellas, en las que la música del río arrullaba sus hijos. El hombre, envuelto en su poncho se queda callado, muy quieto y logra escuchar al viento susurrando:
Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor,
pastor callado domador de guanacos tutelares
albañil del andamio desafiado
aguador de las lágrimas andinas
joyero de los dedos machacados
agricultor temblando en la semilla
alfarero en tu greda derramado
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas,
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche
como si yo estuviera con vosotros anclado,
contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos,
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.
Dadme el silencio, el agua, la esperanza.
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
Apegadme los cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi boca,
Hablad por mis palabras y mi sangre
Pablo Neruda
Canto General
Alturas de Machu Pichu XII
Una mujer recorre los cerezos, de sus senos brota la leche que saciará a los hombres, esta mujer cuyo cuerpo es el mundo, esta mujer poblada de cordilleras y lagos, encarna la reconciliación del hombre olvidado, en sus ojos pelean las llamas del crepúsculo y las palabras del poeta llueven acariciándola. Cuánta tristeza anida en el alma de los hombres, cuanta soledad golpea su silencio, sólo quedan las palabras, el testimonio ferviente de aquel que entiende el sino del ser humano, las llagas que no se curan pero pueden compartirse, pero pueden nombrarse como lo hace Gonzalo Rojas:
DESOCUPADO LECTOR
A Julio Fermoso.
Cumplo con informar a usted que últimamente todo es herida: la muchacha es herida, el olor
a su hermosura es herida, las grandes aves negras, la inmediatez
de lo real y lo irreal tramados en el fulgor de un mismo espejo
gemidor es herida, el siete, el tres, todo, cualquiera de estos números de la danza es
herida, la barca
del encantamiento con Maimónides al timón es herida, aquel
diciembre 20 que me cortaron de mi madre
es herida, el sol es herida, Nuestro Señor
sentado ahí entre los mendigos con esa túnica irreconocible por el cauterio del
psicoanálisis es herida, el
Quijote
a secas es herida, el ventarrón
abierto del Golfo contra la roca alta es
herida, serpiente
horadante del Principio, mar
y más mar de un lado a otro, Kierkegaard y
más Kierkegaard, taladro
y por añadidura herida; la
preñez en cuanto preñez en la preciosidad de su copa es
herida, el ocio
del viejo río intacto donde duermen inmóviles los mismos peces
velocísimos es herida, la Poesía
grabada a fuego en los microsurcos de mi cerebro de niño es herida, el hueco
de 1.67 justo en metros de rey es herida, el éxtasis
de estar aquí hablando solo en lo bellísimo de este pensamiento de
nieve es
herida, la evaporación
de la fecha de mármol con el padre adentro
bajo los claveles es
herida, el carrusel
pintarrajeado que fluye y fluye como otro río de polvo y otras
máscaras
que vi en Pekín colgando en la vieja calle de Cha Ta–lá
cuya identidad comercial de 2.500 años de droga y ataúdes rientes
no se discute, es
herida; la cama en fin
que allí compré, con dos espejos para navegar, es herida,
la
perversión
de la palabra nadie que sopla desde las galaxias es herida, el Mundo
antes y después de los Urales es
herida, la hilera
de líneas sin ocurrencia de esta visión
sin resurrección es herida. Cumplo
entonces con informar a usted que últimamente todo es herida.
Palabras que hermanan ante la fatalidad de la ausencia. Palabras que acompañan cuando “Tu también estas lejos, ah más lejos que nadie./ Pensando, soltando pájaros, desvaneciendo imágenes,/ enterrando lámparas”. Palabras que “Antes que tú poblaron la soledad que ocupas/ y están acostumbradas más que tú a mi tristeza. Palabras que “ahora quiero que digan lo que quiero decirte/ para que tú las oigas como quiero que me oigas”.